Capitalismo antidrogas surge de un deseo de considerar motivaciones y factores alternativos para la guerra antidrogas, específicamente la expansión capitalista hacia territorios y espacios sociales nuevos o previamente inaccesibles. Además de enriquecer a los bancos estadounidenses, financiar campañas políticas, y alimentar un redituable comercio de armas, la imposición de políticas antidrogas puede beneficiar a empresas petroleras, gaseras y mineras trasnacionales, así como a otras grandes corporaciones; las industrias maquiladoras y las redes de transporte, así como un segmento del sector comercial y de venta al menudeo representado por empresas como Walmart, e intereses en bienes raíces en México y Estados Unidos. La guerra antidrogas es un remedio a largo plazo para los achaques del capitalismo, que combina legislación y terror en una experimentada mezcla neoliberal para infiltrarse en sociedades y territorios antes no disponibles para el capitalismo globalizado.